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Manifiesto a favor de los Animales por Jorge Mota

Manifiesto a favor de los Animales

por Jorge Mota

www.nuevorden.net

PROLOGO

Quiero exponer en esta obra algunos puntos que definan y teoricen en forma un poco extensa lo que es y representa el amor verdadero a los animales.

Debo, ante todo, decir que me considero discípulo de Ricardo Wagner quien, principalmente en los últimos años de su vida, comprendió de forma perfecta lo que representa el amor a los animales y esbozó, aunque no muy definidamente, unos principios que ahora amplío.

En su época la humanidad atravesaba problemas muy graves y había gran cantidad de gente viviendo miserablemente. Él luchó por la mejora de las condiciones sociales y por la implantación de una verdadera justicia social, pero, sin olvidar este aspecto, profundizó también en el amor a los animales. Si en su época hubiese dicho textualmente lo que ahora expongo yo en esta obra, hubiese sido tildado de excéntrico, como de hecho lo seré yo, pero estoy convencido de que dentro de cien o quizás mil años, la humanidad deberá seguir estos principios, incluso quizás más perfeccionados todavía.

Son muchas las obras, cartas, escritos, etc. de Wagner en los cuales se percibe su postura con respecto a los animales, pero fundamentalmente sus principales opiniones se contienen en sus escritos póstumos agrupados bajo el título de "Religión y Arte" y en una extensa carta abierta que fue publicada pasa combatir la extendida práctica de la vivisección. El texto de esta carta figura completa en el apéndice de esta obra, así como también incluimos por su extraordinaria belleza y profunda verdad, la obra de Mark Twain "Memorias de una perra" cuyo lenguaje poético es mil veces más elocuente que todas las páginas de este libro.

Creo importante difundir las ideas de Wagner por cuanto estoy convencido de que amando a los animales se ama también a los semejantes. No hemos de caer sin embargo en el error de convertir este amor a los animales en una especie de afeminamiento del hombre y en un pánico a la sangre. El evitar el derramamiento de sangre animal o humana debe ser para todos el mayor objetivo a alcanzar, pero no debemos olvidar tampoco que, como los Caballeros Templarios que prohibían el mal trato a los animales y predicaban el amor y la paz, sabiendo defenderse y luchar por sus principios, tampoco nosotros debemos dejarnos devorar por un animal ‑o en sentido simbólico por los hombres‑ a causa de nuestro sentimiento de amor a las especies inferiores y de nuestra sensibilidad ante el dolor ajeno.

Prediquemos el amor y la piedad, respetemos a los demás, pero no olvidemos que no nos debemos dejar avasallar y ser como nuevos cuáqueros víctimas de los que, sin pensar como nosotros, encuentran en el derramamiento de sangre placer y satisfacción. El amor y la piedad deben ir dirigidos en principio a toda la Humanidad y a todas las especies; si se nos insulta u ofende debemos ofrecer, como decía Cristo, la otra mejilla. Pero si nuestro enemigo la golpea también, tengamos presente que el Evangelio no sigue más allá. Hemos dado pruebas de buena voluntad, pero si nuestros enemigos persisten en su postura, debemos defender nuestros principios enérgicamente. Wagner cita el caso de un laboratorio de vivisección que fue asaltado por unos amantes de los animales y apaleado el guardián que los custodiaba. Esta violencia puede parecer un contrasentido con los objetivos perseguidos, pero no lo es para el que ama a los animales. Bien está pedir primero, exigir después y conseguir al fin por los medios que sea. Si el objetivo final es bueno, como en nuestro caso, no nos pueden impedir alcanzarlo ni los formalismos ni siquiera las leyes, pues si la Ley no sabe respetar y proteger a criaturas vivientes que dan color y alegría a nuestra vida, es una ley incompleta que no merece ser respetada en este punto.

El mayor peligro que puede hallarse entre los que simpaticen con las ideas que ahora expongo, es que se crean simples propagadores de teorías. En la medida de lo posible hemos de luchar por nuestras ideas para evitar convertirnos en ridículos teóricos iluminados de teorías inútiles e impracticables.

Lógico sería que el amor a los animales fuese algo espontáneo por naturaleza, amor hacia seres vivos creados por Dios para acompañarnos en este mundo. Frecuentemente un animal hace más compañía que algunas personas. Nunca piden nada a cambio de su entrega y son fieles hasta dejarse matar por sus amos. Se dan cuenta de los estados de ánimo de los que les rodean y están contentos cuando su amos lo están y tristes cuando los ven tristes. Lo único que sorprende es que todavía exista crueldad para con esos fieles hermanos inferiores o incluso que se pueda permanecer ajeno a ellos con la clásica frase de "yo no les hago nada malo a los animales", comentario que debería ser comparado a aquel que Jerome K. Jerome incluye en una de sus obras cuando un hombre al llegar al cielo dice: "No he hecho nada malo en la tierra", a lo cual le responden los ángeles:" ¿Y qué has hecho bueno?", condenándolo por su negligencia.

Sé que defiendo aquí algunos postulados de imposible realización. Considero que mi misión ahora es la de teorizar. El objetivo final es el que expongo, pero para recorrerlo hay que subir peldaño a peldaño. Ya sé que cuanto aquí digo es un sueño, pero todo lo que la humanidad ha. hecho a lo largo de su historia ha sido soñado primero por idealistas entregados a todo.

Sé también que hay mil problemas más importantes para solucionar antes que éste. Sé que miles de personas padecen hambre, pero sé también que no puede olvidarse un aspecto de la vida por defender otro. Existen cartas de derechos humanos en las Naciones Unidas, asociaciones internacionales para el socorro de los pobres, cien distintas Iglesias ocupadas en proteger contra la miseria al hombre, pero ni la ONU ni las Iglesias se preocupan de los hermanos inferiores. Ni tan siquiera los Franciscanos, que deberían ser herederos de aquella alma sensible que sabía hablar con los pájaros, se dedican a la protección de los desamparados y fieles animales, por eso yo quiero ocuparme de ello. Por otra lado, fútbol, toros, grandes espectáculos, ostentación... se hallan en vigencia y son apoyados por casi toda la Humanidad pese a que sigue habiendo gente que padece hambre.

El amor a los animales es el más idealista de los sentimientos y en nuestro mundo materialista la propagación de un principio idealista, aunque sea por el momento de imposible realización debido a otros problemas más urgentes, es siempre necesario y beneficioso.

EL DESEQUILIBRIO ECOLOGICO NATURAL

En otros capítulos de este trabajo incluiremos al final la serie de, tópicos más característicos con los cuales los enemigos de las ideas que aquí expongo intentan dar al traste con nuestros razonamientos. Ahora, al tratar del equilibrio ecológico y de las leyes inflexibles de la naturaleza, debe empezarse por los tópicos, pues mientras en otros aspectos estos son esgrimidos por los que nada sienten por los animales, en el presente caso son también los amantes de ellos los que los utilizan

Me parece inconcebible que personas que se conmueven por el dolor de cualquier animal, presencien inmutables las escenas filmadas o fotografiadas y cada vez difundidas con mayor profusión que nos presentan a un animal devorando a otro. Me parece insólito que estas personas se preocupen de un pájaro que ha caído de su nido y lo recojan a fin de que no se lo coma algún gato y sin embargo encuentran lógico y natural que infinidad de animales mueran día a día, sin que nadie se preocupe de su profundo drama en este mundo.

El decir que la naturaleza impone su ley inflexible, según la cual unos animales se alimentan a base de otros, y que esto constituye una cadena indestructible es un absurdo sin precedentes. No hay ninguna ley que diga que un animal tenga como destino el servir de alimento a otro. También es falso por otro lado que los animales se alimenten unos de otros. Los animales carnívoros se alimentan normalmente de los que no lo son y, aún en el caso de ser carnívoros ambos, jamás se hallan en igualdad de condiciones.

No puede hablarse en la naturaleza de la ley del más fuerte, sino de la del más sanguinario. Los elefantes son los más fuertes de todos los animales y no matan para comer. La ley del más fuerte puede aplicarse entre los iguales, pero nunca entre especies distintas, con constituciones diferentes. No puedo aceptar como justo y comprensible que el destino del gamo en este mundo sea el de correr para evitar ser devorado por un animal sanguinario. Muy distinto sería si los leones o los tigres se comieran entre sí o tuviesen como alimento a miembros de otras especies tan fuertes como ellos. Si en el diario quehacer para alcanzar la comida dos especies de animales distintas, pero de similares características, luchasen encarnizadamente venciendo unas veces unos y otras otros, podría admitirse el principio de la ley del más fuerte, pero en este caso no se puede hablar de ello. Los animales sanguinarios buscan para su alimentación a aquellos que no pueden oponerles resistencia, que simplemente pueden huir, correr, para salvar su vida y la de sus hijos, y creo que esto es una injusticia de la naturaleza que el hombre puede y debe corregir siempre que en su mano esté.

No venirnos a este mundo a sufrir, sino a luchar. Justamente en esa lucha constante encontramos el sufrimiento, pero precisamente luchamos para no sufrir. El sufrimiento no es el objetivo de nuestro mundo y por ello el más humilde de los santos, el que más pobremente vivió y que no temía al sufrimiento, San Francisco de Asís, retiró los cilicios con los cuales algunos religiosos se automartirizaban. No, sufrimos, pero esa no es la finalidad del mundo. Dios ha puesto en el mundo fuerzas del bien y del mal en constante enfrentamiento, y nosotros podemos con nuestros conocimientos y superior inteligencia convertir la tierra en un paraíso o en un infierno. Venimos al mundo a luchar por nosotros, por nuestras familias, por nuestra raza, y lo verdaderamente meritorio es que en esa lucha por lo que es nuestro, no nos aprovechemos de los demás o seamos injustos con ellos llevados por el egoísmo. Es justamente ahí donde se relacionan nuestros intereses con los de los demás, donde empiezan los verdaderos problemas morales que distinguen el hombre noble del taimado. La misión del hombre no es la de aceptar el mundo en su estado primitivo y dedicarse a ser un animal más. Tenemos en la tierra fuerzas del bien y del mal y debemos luchar contra las segundas, debemos utilizar nuestro libre albedrío para hacer este mundo siempre mejor hasta que llegue un día en que al ser un paraíso ya no sea necesaria su existencia. El hombre, ser supremo de la creación, tiene la sagrada obligación de perfeccionar la naturaleza y proteger a todos los seres vivientes que en ella habitan. Este sagrado deber corresponde exclusivamente al hombre y debe ser consciente de él.

Cuando vemos que los hombres perforan montañas, desecan lagunas, cogen territorios al mar, fertilizan desiertos, allanan montañas, encauzan ríos, construyen lagos, etc., imponiendo su voluntad inflexible a la naturaleza, nos parece inaudito que se nos tilde de exagerados si decimos que también en las especies animales debe intervenir el hombre como ser superior al hacer la naturaleza mejor en su conjunto.

Los volcanes son bellos, y también es hermosa la vista de un huracán sobre un paisaje tropical, pero el hombre busca día a día, muy juiciosamente, la forma de librarse de estos peligros de la naturaleza ya que su belleza no compensa el daño que producen. Se libra también el hombre de infinidad de animales dañinos y sin embargo se considera injusto que libre a otras especies de animales todavía más dañinos. El hombre interviene a cada momento en la naturaleza y en sus leyes, pero sin embargo se quiere que no actúe así cuando los intereses no le afectan directamente a él. Algún día, quizás, el hombre conseguirá acabar con los huracanes, ciclones y tifones y nadie lo lamentará, aunque sean fenómenos de la naturaleza. Pero si acabase con los tigres, todo el mundo pondría su grito en el cielo. ¿Y las vidas de animales inocentes que significaría salvar con ello? No creo que el haber exterminado las ratas de las ciudades sea de lamentar y tampoco creo que sea de lamentar la desaparición de determinadas especies de animales.

Yo simplemente querría saber si un tigre ante la falta de alimentación cárnea, sería capaz de alimentarse con productos de la tierra o, de no ser ello posible, si enfrentado con los de su especie, se alimentaría con ellos. Esto podría intentarse o cuanto menos sería preciso limitar el número de animales sanguinarios hasta el mínimo posible.

Algunos se horrorizarán de estas palabras, hablarán del desequilibrio ecológico, pero creo que ese desequilibrio es en muchos aspectos una falsedad. El hombre, durante cientos de años, ha pescado cientos de miles de millones de peces sin que los mares se vacíen de sus especies o sólo se vean afectadas unas pocas. La naturaleza sabe adaptarse a las nuevas situaciones y el que en Africa aumentase el número de gamos y gacelas no lo veo como nada lamentable.

Quizás se nos diga que los animales como gamos y gacelas perderían su velocidad al no ser atacados por los leones, pero no creo que ello sea especialmente lamentable, y por otra parte no creo que fuese apreciable. Las gacelas no son animales rápidos por el hecho de ser perseguidos, sino por su constitución física. Si aceptásemos que la naturaleza las dota de velocidad para escapar del león, correrían muchísimo más y no sería posible para ningún león alcanzarlas. Las gacelas, gamos, etc. ‑póngase lo que interese‑ seguirán siendo como son, con o sin animales que se las coman o, en todo caso, las pocas características que pudiesen perderse compensan el hecho de que no sirvan exclusivamente para alimento de los sanguinarios.

Naturalmente, los argumentos de los opositores a lo que he expuesto continuarían, diciendo que entonces habría demasiadas gacelas y se acabaría el alimento para ellas hasta fallecer por inanición. Yo, particularmente no lo creo, pues si bien hay casos en los que puede ofrecerse un ejemplo real al respecto, hay otros en los cuales la naturaleza ha limitado la natalidad para buscar el equilibrio, pero aún admitiendo esta posibilidad de falta de alimentos, no se modificaría sustancialmente nada de lo dicho. El hombre tiene en sus manos infinidad de recursos para compensar esos para mí muy poco probables desequilibrios. Puede esterilizar a algunos centenares de animales, procurar que los alimentos para cada uno de ellos puedan aumentar, logrando las condiciones idóneas por medio de abonos o replantación, o puede incluso llegar a matar, pero siempre en forma más humana que un tigre u otro animal sanguinario.

También debe ser considerada una solemne estupidez la afirmación de que en esta lucha por la vida mueren los animales más débiles fortaleciéndose y mejorándose constantemente la especie. En primer lugar, a los que tal dicen les tiene sin cuidado el mejoramiento de su propia especie humana, pero además no puede ser admitida esta afirmación como válida, ni mucho menos. Un animal que se lastima una pata, o que padece una indigestión debido a la última comida realizada, o que se halla agotado después de algunos juegos o peleas con los de su especie o después de su última carrera por salvar la vida, o el que ha rebasado ya la edad considerada como juventud, o incluso un animal que corre algo menos que los demás por la simple razón de que siempre ha de haber un último, no significa que sea un animal inferior cuya eliminación supone un bien para la naturaleza. Para no hablar de las crías o animales muy jóvenes que constituyen bocado de primera calidad y de los cuales no se puede saber ‑hasta que sean mayores‑ si serán o no los más veloces. ¡Sorprende que el famoso equilibrio ecológico o los no menos famosos depredadores no tengan en cuenta estos detalles a la hora de escoger sus víctimas!

Los verdaderos animales nacidos enfermos o muy débiles fallecerían igual en un bosque o en una selva, sin necesidad de servir de alimento a nadie. Simplemente fallecerían ante la imposibilidad de procurarse su propio sustento. Si imaginarnos a nuestra humanidad enfrentada a otra de proporciones mucho mayores y con una fortaleza muy superior, cuya alimentación básica fuésemos nosotros, veremos fácilmente la falsedad de lo afirmado con respecto a las gacelas. Si en esta humanidad en que vivimos, los que corriesen menos hubiesen sido devorados, tendríamos como máximos exponentes de nuestra cultura a los jugadores de fútbol y otros deportistas y casi no quedaría ni habría existido un solo artista o personalidad genial.

Y que no se diga que todo esto es demagógico, pues los que queremos y conocemos a los animales sabemos que los caracteres son distintos y que unos son más simpáticos, otros más alegres y otros más inteligentes y si bien no podemos pretender que nazcan artistas entre las gacelas, sí podemos asegurar que ser la más rápida no significa ser la más buena o inteligente y que también entre los animales existen otras características además de las puramente físicas.

Si continuamos imaginando esa especie superior a nosotros a la que servimos de alimento, no podemos por menos que entristecernos del espectáculo que ofrecen tigres y leones y mil otras especies. A mí, y creo sinceramente que a todo el mundo le ocurrirá lo mismo, me indignaría muchísimo servir de alimento a unos seres superiores y tener como único recurso la huída. La situación no es sólo peligrosa sino humillante.

A mí me agradan los tigres y leones, a diferencia de otras especies, como serpientes, arañas, etc., cuya desaparición de la tierra ‑al margen de los posibles beneficios de su existencia que ignoro y no me importan demasiado‑ me dejaría indiferente. Los leones y tigres y otros animales sanguinarios me agradan, pero no lo suficiente como para garantizarles la existencia a costa de otros animales que nada pueden hacer para oponérseles. Las prostitutas acostumbran a ser mujeres bellas, pero no por ello deben tolerarse. Si leones, tigres y demás especies no están dispuestas a alimentarse sin recurrir a otros animales indefensos o por lo menos a buscar su alimentación cárnea entre especies tanto o más fuertes que ellos, entonces su desaparición no me preocuparía demasiado. Yo admiro y amo a la naturaleza en forma profunda, pero no soy de los que se preocupan en mantener vivas en el mundo 36.418 distintas especies por el hecho de que existen. Me agradan los árboles y las flores, pero si alguno de éstos o alguna de aquéllas fuesen perjudiciales para animales o personas, su desaparición no me causaría ningún dolor.

El lograr una humanidad y una naturaleza perfecta, de la cual desaparezca el afán de sangre y asesinatos, será difícil, pero yo aquí no pretendo hallar una solución al problema sino simplemente exponerlo. El camino a recorrer puede ser difícil, ¡imposible! ‑en la superficie de la tierra cabría intentar algo pero en las profundidades del mar la imposibilidad es manifiesta‑, pero no podemos negarnos a reconocer una serie de injusticias en la naturaleza que deben ser corregidas si ello es posible.

Naturalmente, hoy por hoy sigue siendo el hombre el animal que para su alimentación comete un mayor número de muertes sanguinarias entre animales incapaces de defenderse y que ni siquiera tienen la posibilidad de huir o de salvarse, aunque sea en parte. Nacen con el destino fijado de su muerte y por ello es casi absurdo pretender librar a las gacelas de sus sanguinarios enemigos mientras las ovejas no se puedan ver libres de los hombres. Pero el problema esta ahí, existe y no podemos soslayarlo con la demagógica afirmación de que es ley de vida o inexorable principio de la naturaleza.

Todo esto parecerá a muchos una sarta de estupideces inconcebibles. Quiero dejar claro que no estoy pretendiendo que la Humanidad se preocupe de este problema abandonando otros. Lo que sí considero indispensable es que en aquellos casos en que sea factible, se tenga en cuenta el problema. No quiero, tampoco, limitarlo todo a gamos, ciervos y gacelas ‑los animales que más me gustan‑ y leones y tigres. Sé que hay infinidad de otros animales cuyos problemas son distintos. Lo que debe hacerse es estudiar cada caso y procurar encontrar una solución. Posiblemente algunos animales repugnantes o sanguinarios sean beneficiosos para el mundo por su labor destructora de insectos o algo similar. En ese caso no deben eliminarse ni tender a su progresiva desaparición, pero en muchos casos nadie notaría su desaparición y en otros, lo que esos animales hagan en beneficio de la naturaleza puede ser inferior a su perjuicio, traducido en sufrimientos de otros animales, en cuyo caso el hombre debería procurar, con sus siempre inagotables recursos, sustituir a ese animal y compensar su función en beneficio de la naturaleza por otros medios.

También hemos de aceptar que dentro de los animales hay unas escalas perfectamente claras que no permiten considerarlos a todos por igual. Vale aquí lo que menciono luego en el capítulo del vegetarianismo en el sentido de que deben haber animales que merezcan más nuestro aprecio, por ser más bellos, más inteligentes o simplemente más simpáticos y para encontrar una solución al problema que aquí tratamos debe empezarse por los inferiores para respetar a los que se hallan en la cima de la escala de valores.

Sé que este capítulo será el más difícil de la presente obra, y lo sé porque también a mí me ha sido el más difícil de descubrir y aceptar como lo expongo. Los argumentos que pueden aducir mis opositores son infinitos, pero también pueden ser infinitas mis razones. Quiero pues limitar este problema o sintetizarlo en muy pocas palabras. Yo preguntaría a los que me lean si ellos, de poderse hallar ante la posibilidad de una nueva creación del mundo, no lo preferirían sin animales sanguinarios y pedirían a Dios que no crease tales animales. El que hubiese preferido un mundo sin animales sanguinarios, tarde o temprano comprenderá, aceptará y defenderá las ideas aquí contenidas.

Dios ha creado un mundo a la vez bello y horrible, encontrarnos en él animales sanguinarios, enfermedades, catástrofes de la naturaleza, corrupción física y moral. El hombre debe luchar contra todo esto, por todos los medios y no puede ignorar ‑aunque de momento sea simple teoría‑ el grave problema aquí planteado.. No es admisible que ese mismo hombre que ha exterminado a cientos de tigres que hacían peligrar aldeas o ciudades, no quiera combatirlos cuando la víctima es un ser sin ninguna posibilidad de hacer frente a dicho animal. Los tigres no son ciertamente culpables de su naturaleza. Su alimentación es la carne y para ellos es buena la del hombre o la de la gacela. Los hombres combaten al tigre cuando les perjudica directamente a ellos, pero pensemos que la misión del hombre ha de ir más allá, protegiendo a todos los seres vivos de la tierra sin ningún interés egoísta.

Si preguntamos a cualquier persona cuál sería su comportamiento si viese, teniendo un fusil, a un tigre a punto de saltar sobre un hombre, la mayoría nos responderán que dispararían sobre el tigre. ¿Por qué? Según la tan cacareada ley de la naturaleza es lógico que el tigre se alimente a base de hombres. Nadie ha dicho ‑o por lo menos la naturaleza no lo ha dicho‑ que la carne preferida del tigre tenga que ser la de un animal. Antes al contrario, dado que el hombre corre menos que un gamo, un mono o una gacela, lo lógico es que el tigre ‑o cualquier otro animal similar‑ coma hombres. Y sin embargo a nadie se le ocurrirá, ni por un momento, permitir que el tigre se alimente con la carne de aquel hombre que distraído o desarmado es fácil presa de un tigre. Claro que se me responderá que se trata de un hombre, pero sin embargo, y los amantes de los animales tienen que comprenderme, aunque reconozcamos sin lugar a dudas que un ser humano es antes que un animal ‑pese a que algunos seres humanos podrían situarse después sin problema alguno‑, una vez no tenemos planteado el problema con el ser humano, es lógico que también disparásemos si viésemos a un animal próximo a morir entre los dientes de un animal sanguinario. Un animal no es ciertamente un ser humano, pero posee cierta humanidad y nos merece el suficiente aprecio como para salvarle la vida si está en nuestras manos hacerlo. Por lo menos ésta es la forma de pensar y actuar de toda persona que, como yo consideramos al hombre superior al animal pero entre éste y aquél no vemos una enorme distancia sino en ocasiones cuestiones de matiz. Pues la nobleza, sinceridad, fidelidad, orgullo... de los animales son en ocasiones superiores a los de los hombres.

Puedo asegurar además que todos los amantes de los animales reaccionarían disparando, aunque en teoría pretendan otra cosa. Si en la práctica mantuviesen su actitud pasiva, sería claro signo de que no aman a los animales. No creo que nadie pueda asistir impasible al espectáculo triste y sanguinario de una cría de gacela despedazada entre los dientes de un "depredador". Y en la práctica nadie se resiste. Veamos pues sino por ejemplo las reiteradas muestras que nos dan personas como Cousteau en las series de películas que se han ofrecido de sus expediciones en las cuales, y pese a ser científicos experimentados acostumbrados a estos dramas de la naturaleza, no se resisten, por ejemplo, a contemplar impasibles la muerte de todas las tortugas que nacen de día y que son presa fácil de aves que esperan su banque­te impasibles sin dar una posibilidad de sobrevivir a la víctima, salvando a unas pocas lo cual no modificará esta injusticia de la naturaleza, pero descar­gará la conciencia de los que contemplan este profundo drama de la vida. Igualmente al salvar a una ballena ya medio muerta por los picotazos de aves distintas actúan contra la naturaleza, pero actúan como hombres, dotados de una sensibilidad mayor a la de los animales y de la virtud por excelencia: la piedad.

El instinto del hombre es salvar al inocente que está indefenso en manos de un enemigo superior contra el que nada puede hacer. Sea hombre o animal el hombre blanco no puede aceptar el espectáculo triste de tantas muertes sin intentar remediarlo si está en su mano. El que se nos diga que nosotros no lograríamos nunca nuestro objetivo y que una reorganización del mundo sin desequilibrios seria imposible, no modifica el hecho. Repito que esto es absolutamente secundario. Si no podemos solucionarlo cuanto menos debemos intentarlo, sino en términos absolutos, en el ámbito de nuestra influencia, a nivel individual, de pueblo, ciudad, nación o continente. Lo que resulta absolutamente inaceptable es que constatando que nada podemos hacer nos crucemos de hombros y contemplemos impasibles dramas de la naturaleza filmados por presuntos amantes de los animales‑Walt Disney el que más ha hecho por los animales, jamás ofreció muertes entre ellos en sus películas‑ que, buscando lo sensacionalista y escabroso lo ofrecen a millones de espectadores en todo el mundo. Esta forma de comportarse sólo podría aceptarse a los que, percatándose de que nada pueden hacer para evitar la muerte de sus semejantes, contemplen impasibles igualmente el fallecimiento de personas queridas, para todos los que se conmueven con la muerte de sus seres queridos, es lógicamente obligado que se conmuevan también por las muertes de animales, si es que, como dicen, son para ellos auténticamente seres queridos y no despiertan simplemente un interés meramente zoológico.

Puede ser considerado inmoral exterminar a los tigres (leones, pumas, serpientes, hienas, etc.) ‑aunque sea por medios más humanos que los de la jungla o mediante la esterilización‑ Ciertamente acabar con los tigres no es acción laudable y digna de alabanza. Ellos no son responsables de haber nacido así, pero debemos elegir entre uno u otros y la elección es fácil. Schopenhauer nos da los dos argumentos más importantes: "Este mundo es campo de matanza; donde todo animal de rapiña es tumba viva de OTROS MIL, y no sostiene su vida sino a expensas de una larga serie de martirios". Evitar el nacimiento de un tigre significa salvar la vida de un centenar de otros animales.

También a la hora de tomar la decisión oigamos otras palabras de Schopenhauer: "Si queréis en un abrir y cerrar de ojos saber si el placer puede más que la pena, o solamente si son iguales, comparad la impresión del animal que devora a otro con la impresión del que es devorado". Sin duda tampoco puede haber duda en la elección.

Por desgracia, el hombre no es Dios, no puede en muchas ocasiones sino hacer lo menos malo ante la imposibilidad de hacer lo más bueno y ya que no podemos conseguir un mundo de felicidad infinita donde los tigres y los gamos convivan pacíficamente y los hombres y las ovejas también, hemos de seguir un camino lento, muy lento, que conduce si no a la perfección en sí, cuanto menos al mejor mundo de los posibles. Procurando que cada vez más este mundo se aparte de aquel objetivo para el que fue creado: Un purgatorio para la redención de un pecado.

Aquel que ama a los animales ‑sólo a esta persona va dedicado este trabajo‑ no puede permanecer impasible ante este problema. No puede irse a dormir tranquilamente olvidándose de la impresión de terror del animal que nota en su cuerpo las heridas mortales que le quitan la vida, para servir de alimento a un ser que ha sido concebido por la naturaleza más fuerte que él. El hombre tiene también una misión en este terreno y pido a todos los que me lean que reflexionen muy detenidamente sobre este punto y sólo entonces podrán dar una opinión válida, opinión que, quizás, será contraria a la mía. Posiblemente esté yo en un error, pero cuanto menos yo habré cumplido con lo que considero un deber. Seguiré pensando en este problema, y al igual que contemplo un mundo podrido de odios y rencores, de egoísmo y aflicción y me desespero ante la imposibilidad de hacer algo positivo para convertirlo en algo mejor, así también, muy frecuentemente, aparecerán ante mí las imágenes de esos simpáticos animales, armónicos, estéticos, bellos y simpáticos, que llenan de vida y alegría los bosques o las praderas y que retozan con sus pequeñuelos, mientras son observados con ojo calculador por un animal sanguinario y que día a día deben pagar con su vida el tributo de haber nacido pacíficos y de no haberles sido concedido el deseo de sed de sangre. Ese sufrimiento, esa muerte horrible a manos de otros animales, estará presente en mi mente, turbará mi sueño y pido a Dios que el tiempo no me haga insensible a estos sufrimientos aunque, como en los demás grandes problemas del mundo, nada pueda hacer yo para evitarlos.

Tengo sin embargo el convencimiento, absoluto además de que la regeneración de la Humanidad que deseaba Wagner llegará algún día.

Antes tendrán que romperse moldes, costumbres e intereses, pero el día de la luz llegará y el sol brillará alegre para todos para todos los hombres y también para los pacíficos habitantes de la naturaleza que compartirán, con el injustamente llamado "rey de la creación”, una vida nueva, pura y alegre en plena convivencia y comunicación.



DEPORTES SANGUINARIOS

Uno de los aspectos que más contribuyen a la deseducación de los humanos y al incremento de sus instintos sanguinarios, haciendo que sienta por la sangre una irresistible atracción, es sin duda el de los deportes sanguinarios que constituyen una práctica muy común en nuestro mundo, incluso en aquellos países que gozan de leyes especiales para la protección de los animales.

Los principales deportes sanguinarios son: caza, pesca, tiro de pichón y corridas de toros.

LA CAZA

La caza se halla extendida en todos los países llamados civilizados. En algunos, como Inglaterra, constituye todo un ceremonial y se convierte en una actividad de carácter nacional en lo que a las clases elevadas se refiere, es decir, entre aquellas clases en las que su comportamiento no puede excusarse en virtud de haber tenido una educación deficiente o de haberse movido constantemente en malos ambientes.

La característica más acusada de la caza es la desproporción de fuerzas entre los cazadores y la víctima. En líneas generales, los animales que se acostumbran a cazar: conejos, zorros, codornices, ciervos, etc., no constituyen un peligro para el cazador.

Como en el caso de los animales sanguinarios, citado en el capítulo precedente, la víctima en el mejor de los casos sólo puede aspirar a huir, pero jamás a acabar con su perseguidor. Por si fuera poco, en muchas ocasiones ya no se trata de un hombre contra una bestia, sino de varios hombres contra ella. El hombre, con su inteligencia superior, podría vencer ‑y más con la ayuda de las armas modernas-a animales muy superiores a él, pero se dedica preferentemente a aquéllos que no tienen ninguna posibilidad de oponérsele. Incluso en algunos casos en los que su integridad podría correr un cierto y relativo peligro, por ejemplo en la caza del jabalí, el moderno cazador se escuda en un grupo de personas, en la colaboración de los perros ‑que son las únicas víctimas, heridos o muertos por el animal‑ o, en el mejor de los casos, tiene la certeza de que si el animal llega a atacarle no persistirá en sus ataques hasta matarlo. El jabalí que atacado se defiende, desea librarse de su enemigo, pero no tiene la preconcebida intención ‑que sí posee el cazador‑, de perseguirle y atacarle hasta causarle la muerte. La situación del cazador siempre es netamente más favorable que la del animal.

En un certamen dentro de una exposición celebrada en Barcelona, asistí a la proyección de una película sobre algunos lugares pintorescos de España. En esta película aparecían secuencias de algunos cazadores y en una de ellas, que preferiría no haber visto, se captaba la imagen de un conejo corriendo al que un cazador disparaba. Tocado el animal, quedaba en virtud del disparo paralizado en sus patas traseras y apoyado en las de delante, y arrastrando su cuerpo emprendía una carrera frenética en su afán por sobrevivir. En el mejor de los casos escaparía del cazador para tener una muerte cruel en algún lugar escondido simplemente para satisfacer los instintos sanguinarios de unos hombres que son los genuinos destructores de la naturaleza. El animal, en lugar de sentirse protegido por el hombre y acudir a él en momento de peligro huye frenéticamente cuando el aire le trae su olor. La verdaderamente genial película "Bambi" de Walt Disney, el gran productor cinematográfico que bien merecería el Premio Nobel de la Paz en lugar de Lutero, King, Kissinger o Willy Brandt, representaba magníficamente la imagen denigrante de la caza, cuando los ciervos huyen asustados ante la presencia del asesino de la naturaleza. El hombre es en esa película ‑en sí un canto a la naturaleza y a los animales‑ el único personaje maligno. Cuando los animales al ser perseguidos por una bestia sanguinaria, se refugien entre los hombre; el hombre habrá dejado de ser el purgatorio que actualmente representa.

Quien es capaz de contemplar una escena como la descrita anteriormente sin sentir una profunda lástima por el pobre animal es un ser indigno de llamarse humano.

Los cazadores disponen además de muchos métodos de caza, fusiles con telémetro, cotos reservados, estudios meticulosos sobre las costumbres de los animales, épocas de celo en las cuales es fácil cobrar buenas piezas, etc. Es decir el animal tiene como única posibilidad en el mejor de los casos la huída.

Otro gran inconveniente de la caza es que asusta a los animales del bosque que temen al hombre y se ocultan en cuanto aparece. La actividad del cazador hace desaparecer las especies de los bosques y, otro aspecto menos grave pero siempre molesto, llena la naturaleza de sonoras explosiones que turban la paz de los que vamos a la montaña a convivir con la naturaleza y no a asesinarla.

Nada puede compararse al sueño dorado de todo amante de la naturaleza que consiste en poder efectuar paseos por los bosques mientras somos observados por sus diversos habitantes, los cuales acabarán por acercarse para ver si pueden obtener de sus amigos los humanos alguna caricia o algún alimento. Si los cazadores no pueden apreciar esa belleza de la naturaleza es porque en lugar de corazón tienen el estómago y en lugar de alma una culebra. La falta de sensibilidad del cazador le constituye en representante de la idiotez humana y del materialismo.

Quizás el lenguaje utilizado para definir un cazador no sea excesivamente ético, pero quiero por lo menos expresar algunas de las opiniones que nos darían conejos y venados, si cobrasen el don del habla por unos momentos y pudiesen opinar sobre ese ser tan poco humano que es el cazador.

En principio, no puedo aceptar la caza como deporte ni actividad. Puede excusarse al que caza por necesidad, y aún en ese caso cabría estudiar el concepto "necesidad" y una vez aceptado discutir si la "necesidad" nos autoriza a matar. Pero desde luego no puede ser aceptada la práctica de la caza entre los que la practican por "placer", rara expresión para definir lo que nos impulsa a matar y que dice muy poco en favor del que la utiliza, pues el que se complace con el dolor y el sufrimiento de seres vivos, aunque sean animales, es muy probable que también en otras facetas de su vida muestre su insensibilidad hacia el sufrimiento ajeno, aunque sea de personas, de seres humanos, de los que puede, en buena lógica, haber recibido ofensas más frecuentes y enérgicas, que de los conejos y codornices que asesina por el simple hecho de que para él asesinar es, según sus propias palabras, "un placer".

Hay otras prácticas mucho más saludables y también más viriles que la caza, pero cuanto menos lo que deberíamos pedir al cazador es una “igualdad de oportunidades" con relación a la víctima. Cazar con arco y flecha, coger una liebre con las manos desnudas, o luchar contra un oso o un jabalí con un cuchillo o una lanza, merecería cuanto menos algo de respeto y podríamos hablar de un cierto equilibrio en la lucha y aunque el animal preferiría que le dejasen en paz, cuanto menos existiría la "legítima defensa", en esos casos los cazadores serían crueles, pero no cobardes. Pero la posibilidad de disparar con perdigones que en su dispersión cubren un área muy grande de espacio, siendo imposible errar el tiro a corta distancia o con armas de precisión, colocan al animal en el papel de víctima incapaz de eludir su fatal destino y condenada a huir siempre del que debería ser su protector y amigo: el hombre.

Después de las corridas de toros, es posiblemente la caza el deporte que ha despertado más polémica. Los que más han comprendido el drama que representa este deporte han sido los artistas, almas sensibles y que no pueden permanecer ajenas al sufrimiento ajeno. Incluyo pues seguidamente algunas bellas poesías que se han dedicado a combatir este salvaje deporte.

Citaré en primer lugar a mi maestro, Richard Wagner, quien en su primera y en su última obra, nos habla del tema. En la primera, en "Las Hadas", el protagonista Arindal se percata al ir a matar a una cierva que sus ojos es­tán llenos de lágrimas, lo cual le hace desistir del disparo. Pero es en "Parsi­fal", obra cumbre de la música universal, donde nos expone el problema en toda su encantadora sencillez. Parsifal es el joven salvaje, criado en el bosque que nada sabe de moral, religión, ética... todo lo que él sabe es propio de sí mismo. No posee convencionalismos, sino que actúa espontáneamente. Admi­rado de los caballeros con brillantes armaduras y espadas doradas, sueña con ser uno de aquellos héroes. Vaga por el bosque y mata a los animales sin comprender el daño que causa. Cerca del templo de Monsalvat, donde los Caba­lleros del Santo Graal custodian el cáliz con el cual Cristo celebró la Ultima Cena, se hallan algunos de estos reunidos cuando de pronto un cisne cae abatido por una flecha:

GURNEMANZ

¿Qué ocurre?

EL CUARTO ESCUDERO

¡Allí!

EL TERCER ESCUDERO

¡Allí!

EL SEGUNDO ESCUDERO

¡Allí!

EL CUARTO ESCUDERO

¡Se ve un cisne!

EL TERCER ESCUDERO

¡Vuela herido!

TODOS LOS CABALLEROS Y ESCUDEROS

¡Maldito! ¡Maldito!

GURNEMANZ

¿Quién ha herido al cisne?

(El cisne, después de un penosísimo vuelo, cae al suelo, exánime. El segundo caballero le arranca la flecha que tiene clavada en el pecho)

LOS CABALLEROS Y ESCUDEROS

¡Ese fue! ¡Ese fue!

(enseñando el arco)

El arco lo prueba.

(mostrando las flechas)

Las flechas son iguales.

GURNEMANZ

(a Parsifal)

¿Has sido tu el que ha matado al cisne?

PARSIFAL

Ciertamente. Todo cuanto vuela yo cazo.

GURNEMANZ

¿Tu has hecho esto? ¿No te apena tu acción?

LOS CABALLEROS Y ESCUDEROS

Dale un buen castigo.

GURNEMANZ

Oh maldad grande.

¿Cómo pudiste dentro de la sagrada selva matar donde todo lo que te rodea es paz?

¿No son los animales mansos junto a ti?
¿No te saludan tiernamente?
¿No te habla desde las ramas el pájaro?
¿Qué te hizo el cisne?

Volaba buscando a su hembra, para ir los dos sobre el lago.

Fue nuestro amigo ¿qué es ahora para ti?

¿O no lo ves? Lo has herido, aquí helada está la sangre, tiene flojas las alas, sus blancas plumas están manchadas de rojo, sus ojos se cierran, ¿no ves su mirada?

(Parsifal ha escuchado a Gurnemanz con una emoción creciente, hasta que al llegar a este punto, rompe su arco y lanza lejos sus flechas)

Joven, ¿confiesas que tu culpa es grave?

¿Cómo has podido atreverte?

PARSIFAL

No sabía nada.

(Los escuderos recogen el cisne muerto, lo levantan solemnemente sobre una camilla hecha con ramas verdes y lo llevan hacia el lago).

Estos bellos versos en el primer acto del Parsifal, son un buen preludio del carácter de esta obra sublime, de esa "elevada canción de amor, canción de elevado amor" como la definiera Dietrich Eckart.

Otro magnífico verso, en este caso debido a un poeta español, lo tenernos en el titulado "Canción" de Antonio Mira de Mescua, poeta del siglo XVII y que dice:

Ufano, alegre, altivo, enamorado, rompiendo el aire el pardo jilguerillo,
se sentó en los pimpollos de una haya, y con su pico de marfil nevado
de su pechuelo blanco y amarillo la pluma concertó pajiza y baya;
y celoso se ensaya a discantar en alto contrapunto
sus celos y amor junto, y al ramillo, y al prado y a las flores libre y ufano cuenta sus amores.

Mas, ¡ay!, que en este estado
el cazador cruel de astucia armado, escondido le acecha

y al tierno corazón aguda flecha tira con mano esquiva
y envuelto en sangre en tierra lo derriba
¡Ay, vida mal lograda!
¡Retrato de mi suerte desdichada!

Otro poeta español, ya más conocido, dedica también bellos versos a combatir la caza. Francisco de Quevedo, alma sensible, escribe el siguiente soneto:

Primero va seguida de los perros
vana tu edad, que de sus pies la fiera
deja que el corzo habite la ribera,
y los arroyos, la espadaña y berros.

Quieres en ti mostrar que los destierros
no son castigo ya de ley severa;
el ciervo, empero, sin tu envidia muera,
muera de viejo el oso por los cerros.

¿Qué afrenta has recibido del venado,
que le sigues con ansia de ofendido?
Perdona al monte el pueblo que ha criado.
El pelo de Acte6n, endurecido,
en su frente te advierte tu pecado;
oye, porque no brames, su bramido.

Otro poeta, en este caso alemán, que se ocupa del tema es Herzog Ulrich von Württemberg poeta del siglo XVI. Sus versos son los siguientes:

Sonó el cuerno plañidero:
cesó en mi toda alegría;
se cazaba por el bosque
la cierva ante el perro huía.

Jamás animal tan noble
por el monte encontraría;
iba saltando los riscos;
sin duda andaba perdida.

Huye cierva, por las breñas.
No he de aumentar tu agonía
ni herir tu pecho de nieve.
Que otros hombres te persigan
con sus gritos y sus perros,
que otros te quiten la vida.
Con pena de ti me aparto,
guárdate, cierva querida.

Y para terminar esta pequeña muestra de poesías en contra del bárbaro espectáculo y deporte de la caza, una del más romántico de los poetas románticos, Friedrich von Schiller, el poeta de la juventud, que expone magníficamente el problema en su poesía "Der Alpenjäger" (El Cazador Alpino):

¿Te gustaría apacentar ovejas?
Las ovejas son buenas y son dóciles,
pastan los dulces brotes de la yerba
triscando en torno de la fresca orilla.
“¡Permíteme ir de caza, madre, madre, quiero cazar en lo alto de los montes!".
¿Te gustaría dirigir el hato con el gozoso resonar del cuerno?

En el alegre coro de los bosques
cuán dulces las esquilas tilintean.

”Permíteme ir de caza, madre, madre, quiero cazar en lo alto de los montes!".

¿Querrías esperar a que las flores en los bancales tuyos florecieran?

Allí no pueden florecer jardines,
todo es salvaje en el desierto agreste.

“¡Deja a las flores, deja que florezcan, quiero irme a la cumbre de los montes!"

Y aquel muchacho se marchó de caza, y con un ciego atrevimiento iba aventurándose incansablemente por lo más tenebroso de los montes; ante sus ojos, semejante al viento, huía temblorosa la gacela.

Con ágil paso trepa por la fría y desnuda osamenta de las peñas, alada cruza con seguro salto
los peligrosos tajos de las rocas, y atrevido el muchacho la persigue tensa ya la mortífera ballesta.

Ahora sobre las cumbres pedregosas, ella consigue la más alta peña, de donde la montaña baja a pico y el camino se pierde en lo profundo.

A sus plantas está el rocoso muro y ante ella el enemigo que se acerca.

Con el mudo lamento de sus ojos suplica al hombre que implacable llega, y en vano son sus ruegos porque el hombre suelta ya el arco que la muerte lanza.

De improviso un espíritu aparece sobre la roca, el Viejo de los Montes, (Bergesalte)y con manos de dios protege entonces al trémulo animal acongojado.

“¿Por qué hasta estos lugares el dios dice, muerte y angustia has de arrastrar contigo?

Bastante sitio tienes en el valle. ¿Por qué has de encarnizarte con los míos?

Estas poesías exponen magníficamente el profundo drama de la caza, aunque su contenido no pueda llegar a los cazadores, gente por lo general estúpida y cruel, cerrada a todo idealismo artístico y poético.





LA PESCA

Este deporte, con ser paralelo a la caza, tiene puntos fundamentales que lo hacen diferir de ésta. Si el cazador carece de riesgos en la práctica de su deporte cuanto menos tiene la posibilidad de tropezar y caerse cuando va persiguiendo a su pobre víctima. Al pescador no le queda siquiera esta posibilidad. Es el genuino deporte de la vagancia. Me ha ocurrido con frecuencia que al ir de excursión a algún lugar de alta o media montaña, me he encontrado con algún pescador que, inmóvil y sentado en el margen de un río, esperaba paciente, pacientísimo, la suerte. Mientras yo me adentraba por los senderos de montaña hacia mi objetivo, observaba la figura del pescador que permanecía en la misma posición. Después, al regreso, otra vez lo mismo. Inmóvil, lo perdía de vista. Aseguran que es un deporte muy relajante y desde luego debe serlo, pues el ejercicio físico es limitadísimo. Lo cierto es que creo que los que se dedican a la pesca podrían obtener la misma satisfacción y el mismo "relax" tendiéndose sobre un prado verde y contemplando las cimas de las altas montañas coronadas de nieve. Respecto a los que pescan en las playas ‑supongo que más numerosos‑ lograrían el mismo objetivo tendiéndose sobre la arena.

El pescador no da al pez la más mínima posibilidad de escaparse. Tanto el de caña como el buceador, tienen el cien por cien de posibilidades sobre la víctima. Especialmente el segundo podría advertir al animal y emprender entonces la persecución. No sería noble pero se concedería al menos al animal la posibilidad de luchar por su vida. Naturalmente hay tipos de pesca como la de arrastre ‑que aunque con fines alimenticios supone el exterminio de miles de peces dejando algunas áreas sin población acuática‑; con explosivo ‑prohibida pero practicada‑ y la efectuada con botellas de oxígeno, absolutamente inmoral.

Ni la caza ni la pesca se practican por razones de alimentación y consecuentemente no pueden encontrar justificación. Son deportes cuyo objetivo es acabar con el mayor número de vidas posibles, sin importar si el animal que logra escapar queda gravemente herido. Acabar poco a poco con los pobladores que la naturaleza guarda en sus profundidades.

Además los pescadores, en medio de su indolencia, no son capaces ni tan siquiera de ahorrar sufrimientos inútiles al pez quitándole rápidamente la vida una vez fuera del agua. No, lo dejan a un lado y contorsionándose y muriendo lentamente agoniza al lado de su asesino sin despertar en él la más mínima compasión. Algunas veces todavía vivo lo fríen sin preocuparse de sus sufrimientos. Igual fin corresponde a langostas y ostras que son más "sabrosas" vivas.

Difícil es justificar la caza por razones de alimentación, pero todavía lo es más el pescado, que en una buena parte ‑especialmente mariscos‑ es consumido puramente por gula, pues el alimento que contiene es mínimo.

Admitimos que, en líneas generales, los peces ofrecen menos compasión que los otros animales. Lógicamente su vida nos es más extraña. Sin embargo aquéllos que han podido hacer submarinismo y dar de comer a los peces en la mano, también saben que son animales a los que la naturaleza no ha puesto a nuestro alcance para que traidoramente, por medio de un anzuelo, de un engaño, vengan a parar a nuestro estómago.

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